Por aquel tiempo, a finales del siglo XIX, comenzaron a utilizarse
las farolas de gas para alumbrar las calles.
En las noches claras y cálidas sacaba su caballete, sus óleos
y su silla y plasmaba la noche, como ningún otro pintor hasta el momento.
En la obra "Frente al café" refleja el contraste luminoso
del toldo de la terraza y el lado oscuro del final de la calle.
Las estrellas parecen explotar en el cielo, como los cohetes en las ferias.
Con ceras blandas pintamos azul encima del toldo,
amarillo y naranja lo que el farol ilumina.
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Los vecinos se sorprendían al verle pintar a todas horas,
pero no le comprendían ni le compraban ningún un cuadro.
Escribiría a su querido hermano Theo:
"Yo no tengo la culpa de que mis cuadros no se vendan,
pero llegará el día en que la gente reconozca que valen más
que el dinero que costaron los colores para pintarlos".
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