viernes, 19 de febrero de 2010

El Columpio de Renoir

Los peques del cole comienzan a dibujar sus monigotes.

Al principio, les diriges verbalmente, recordándoles las partes de la cara, las piernas, un brazo y otro brazo. Pronto se animan y, aunque les pides que se dibujen a sí mismos, se convierten en papá o mamá, pues aún no se separan mentalmente de ellos.

Les encanta la suavidad del lapicero. En cuanto te descuidas colorean encima. Los adultos nos sentimos extraños viendo una cara sin rostro. En cambio, las pinturas de cera blandas, de colores claros no cubren del todo a "las personitas" y reconocemos mejor los rasgos.



El columpio de Renoir

El columpio es uno de los juegos preferidos por los niños y niñas. Pronto advierten que en el de Renoir la chica no se sienta, sino que se columpia de pié.


Reconocemos a la chica, al chico más bien le adivinamos. Llenan el espacio de colores, no copian el color del original, ni el número de dedos.



Presionan muy poco, parece que se les va a caer el lápiz o las pinturas, pero organizan la escena dentro de un cuadro. ¡Que curioso!


Colocan las figuras giradas en la misma dirección. Como si las diera un aire.

Me encantan los monigotes y los artistas que los crean.

jueves, 11 de febrero de 2010

Por Madrid con mi arte


Los paraguas de Renoir

Salgo de la consulta del oftalmólogo y me encuentro en el centro de Madrid a media tarde.
Me acerco a la Fundación Maphre a ver a los impresionistas.

Hacia el último cuarto del siglo XIX, en la ciudad de París, un grupo de pintores deciden abandonar las rígidas normas artísticas y representar la vida real de la gente corriente de la sociedad industrial: realizando sus tareas en su lugar de trabajo, divirtiéndose en los parques, descansando en los merenderos a la orilla del Sena.

La pintura deja de ser el retrato de las familias importantes, la conmemoración de un gran suceso, el recuerdo de algún personaje histórico, para mostrar, en plena calle, la realidad del pueblo llano.

Los artistas no dominan la misma técnica, sino que cada uno se afana en proyectar la luz y sus matices en sus telas, pero sí se reúnen e intercambian sus logros. Se ayudan incluso económicamente. Eligen temas sencillos y reducen bastante el tamaño de los cuadros.

Contemplando "La estación de Saint Lazare" de Monet, parece que absorbes el humo de los trenes. En "La clase de danza" de Degas, hueles el sudor y te duelen los dedos de los piés. En "Los acuchilladores de parquet" de Caillebotte respiras el polvo del serrín y te deslumbras con el reflejo del Sol. Las manzanas de Cezanne te saben dulces. Los paisajes de Pisarro te dan tranquilidad.

Manet admiraba a Velázquez y en "El pífano" nos recuerda sus pinceladas. Renoir retrata a los jóvenes conversando en "El columpio", y en "Los paraguas" se acercan a resguardar a una modistilla de las gotas de lluvia y a la niña que juega con un aro.

Yo sí que me empapé de emoción y de belleza.

En clase realizamos un mural en la ventana. Colgamos las gotas de lluvia azules sobre unos paraguas negros y brillantes.

Coloreamos la gota de color azul.

Le damos barniz para que brille.




Nos queda bastante bien.

Luego, con los deditos, pintamos las nubes y las gotas de lluvia cada uno para la Carpeta de Arte.