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lunes, 27 de febrero de 2012

Montse - Cumple 6 años

Recuerdo perfectamente ese día.
En el piso de La Ciudad, recién estrenado el pasado verano.
Luminoso y espacioso, con pocos muebles.
Eso sí, mi habitación de madera clara de estilo colonial,
cama de uno cinco, colcha y cortinas de alegre estampado
y la cama mueble para cuando viniera la abuela.
Vivíamos mi madre, mi padre y yo, hija única.



Las trenzas y el flequillo que no me dejaba que me lo cortaran.
El can can planchado con almidón y
la mañanita de lana de angorina azul clarito,
como los lunares y el lazo de terciopelo del vestido.
Mis tías, Felisa mi madrina y Petra la pequeña,
llevaron la tarta de moka
y me regalaron ese enorme muñeco.

La esparraguera no se ve muy sana,
pues la regué con "alcohol" unos días antes
para curarla.

viernes, 19 de marzo de 2010

José se llama mi padre



José se llama mi padre. Mi hermana pequeña Mari Jose
y mi hijo menor Jóse. Parece una canción.

A lo que voy. Mi padre nos contó hace dos años,
cuando empezó a sentir que la salud se le escapaba:

-¡Hay que ver! He vivído ochenta años estupendamente
y, de repente, me siento como un viejo.

-¡Anda papá! Si sigues tan guapo como siempre.

Sabéis -nos dice- ahora me llaman más la atención
los críos pequeños. Será que pienso en la vida
que aún les queda por vivir.

Un trocito de la canción Chiquillada para tí, papá,
pues me recuerda a tu foto subido en la silla de enea
cuando apenas tenías dos años.

Pantalón cortito,
bolsita de los recuerdos.
Pantalón cortito,
con un sólo tirador.

Dice el abuelo que en los días de viento
los pájaros chiquitos se vienen desde el Sol
y aletean prendidas a las cometas
flores de primavera, ceras y papel charol.

Fiesta en los charcos cuando para la lluvia,
caracoles y ranas, y niños a jugar.
El viento empuja botecitos de estraza.
Lindo haberlo vivido para poderlo contar.

Chiquillada, chiquillada, chiquillada.

viernes, 29 de enero de 2010

Día de los Maestros y de las Maestras


La señorita Tere

En este día y en los momentos en los que, dentro de mi labor me encuentro incomprendida, recuerdo a la Señorita Tere, mi maestra.

Llamó a mi madre y la dijo que Montse, con ocho años de edad, dejaba tan limpios los cuadernos a lápiz, que ya podía escribir con pluma y tintero.




Foto en el día de Fin de Curso

Me regalaron una pluma estilográfica Parker. En casa pasábamos a limpio a tinta, lo que trabajábamos en clase a lápiz. Insistí a mis padres para que me dejaran llevar la pluma al colegio, porque terminaba pronto las tareas de clase y podía aprovechar.

Y el primer día que la llevé, la Señorita Tere me felicitó. Me la quitaron. No me atreví a decir nada , pero ella, pendiente de mi decepción, nos habló a la salida y apareció mi pluma en la cajonera de mi pupitre para dos.

Una persona de mirada transparente, un ojo de distinto color. Se dirigía a ti de primera mano, contenta, triste o enfadada. Te exigía, pero te valoraba.

La verdad es que sembró en mí gran confianza. Favoreció mi Autoestima. Dado que un año antes había nacido mi hermana y me encontraba un poco princesa destronada.

lunes, 11 de enero de 2010

Muñeco Miguelín


Montse con su muñeco Miguelín a los cuatro años.

Os presento a Miguelín, muñeco de goma, que se asoma dentro del cochecito de capota.

No me lo trajeron los Reyes Magos, no. Me lo compraron mis padres un verano.

Paseábamos por la calle de Atocha, cuando me paré ante el escaparate de una juguetería.

Se miraron con la complicidad de que uno pensaba lo mismo que el otro. Se gastaron
la paga de Julio. Se dieron el capricho de ser felices con su niña.

Han pasado cincuenta años y aún conservo a " mi Miguelín". Mis hermanitas lo rayaron
con bolígrafo, pero casi no se nota.

Recuerdo que le daba papilla por un tubito que tenía en la boca y le llenaba de miga
de pan con agua, le quitaba la cabeza, le bañaba, le vestía, le acostaba y le paseaba en
el cochecito de capota.

La foto no tiene desperdicio: El gesto del no quiero. Las trenzas. El vestido blanco con lunares azules, y debajo el cancán. La mañanita de angora celeste.

Me encuentro en la puerta de mi casa, en el barrio Pradolongo, al final de la calle de
Isabelita Usera. Los escalones comunicaban con un estrecho pasillo del que salía a
un lado la cocina y al fondo la habitación. No contábamos con agua corriente, sí con
electricidad, pues escuchábamos la radio. El servicio, de los de las letrinas, lo compar-
tíamos con mis vecinos, hermanos de mi madre, en un mínimo patio de la parte de atrás. Siento el barro, la humedad chorreando por las paredes en invierno, y la voz de mi madre:

¡No te manches!

miércoles, 6 de enero de 2010

El día de Reyes

Eran los comienzos de los años 60, pues aún era la hija única y la primera sobrina.

Recuerdo que la empresa donde trabajaba mi padre repartía entradas del Circo Price para la mañana del día de Reyes. Allí presenciábamos las actuaciones de los artistas más variados. Algunos de los Números que vienen a mi memoria: los chimpancés preparándose para irse a dormir,
la jaula de los leones, Charlie Rivel el Payaso de los Mimos, Pinito del Oro la Reina del Trapecio, la música, el ambiente festivo, las emociones a flor de piel.

Al salir, mostrábamos una papeleta y me obsequiaban con un juguete: un tren mecánico. Funcionaba dándole cuerda a la locomotora, que daba vueltas y vueltas.


Lo más importante de ese día, para mí y creo que para mi familia, es que son los Cumpleaños de mi madre, con lo cual la fiesta continuaba en casa. Por la tarde llegaban mis tíos y mis tías a tomar café o chocolate con Roscón y se quedaban a merendar la deliciosa ensaladilla rusa de mi madre.

Mientras yo trasteaba con los juguetes que me habian dejado los Reyes, ellos escuchaban música de la radio y bailaban.

¡Cómo nos divertíamos!

martes, 21 de abril de 2009

Recuerdos sobre Don Quijote


Casa de Cervantes

El pueblo de mis padres es Esquivias, provincia de Toledo, muy próximo a Madrid, apenas a 40 Kilómetros. En los años cincuenta, compartía estación de tren con Yeles.

Desde La Ciudad de los Angeles en Villaverde, existía un apeadero, el de Barreiros. Nos montábamos en el tren. Recuerdo los bancos de madera. Al llegar a Yeles-Esquivias , esperábamos en la sala a que nos recogiera el autocar. Yo no entendía porqué mi madre me cambiaba los calcetines y me repasaba la cara con un pañuelo húmedo, la carbonilla se impregnaba en todas partes.

Nada más abrazar a mis abuelos paternos. Mi padre iba a visitar a su primo Pedro, el de la Luz, yo siempre le acompañaba. Vivía en una calle estrecha, un poco más abajo de la calle Oriente, la de mis abuelos. Torcíamos hacia la izquierda por la pared de la Casa de Cervantes y señalando a un único balcón viejo y soleado,me decía: -Mira, niña, la habitación donde vivió Cervantes, donde escribió el libro de Don Quijote. Muchas noches a la luz de una vela, y eso que sólo tenía un brazo.

Lejos de asustarme, sentía curiosidad al mirar aquel balcón olvidado.

La figura de mi abuela Vicenta, con la que todos en mi familia me comparan, dicen que les recuerdo mucho a ella, era mi recurso. Siempre me atendía, contestaba a mis preguntas con una dedicación. Me contaba algunas aventuras del Quijote. Cuando paseábamos por el pueblo, me mostraba la torre, la bodega del vino tinto de Cabila, la fuente grande desde la que se subía a casa de mis otros abuelos, los de mi madre, y las cuevas. Todos los vecinos la decían que niña más hermosa, igual que José. Se sentía orgullosa de mí y yo me sentía feliz junto a ella.

Mi primera lectura del Quijote fue en el colegio. Tenía siete años y leíamos por las tardes, en voz alta cuando te tocaba, un ejemplar para escolares, con pastas de cartón, pero pocas ilustraciones. Pasaban por mi mente, las imágenes del pueblo, lugares, colores, olores. En casa volvía a leerlo. El capítulo de los molinos de viento me lo aprendí de memoria. Me apetecía tener a Don Quijote y a Sancho como compañeros. Siempre hacían por entenderse, aunque fueran dos personas tan diferentes. Me molestaba la gente de las ventas, que se mofaban de dos personas tan buenas.