Desde La Ciudad de los Angeles en Villaverde, existía un apeadero, el de Barreiros. Nos montábamos en el tren. Recuerdo los bancos de madera. Al llegar a Yeles-Esquivias , esperábamos en la sala a que nos recogiera el autocar. Yo no entendía porqué mi madre me cambiaba los calcetines y me repasaba la cara con un pañuelo húmedo, la carbonilla se impregnaba en todas partes.
Nada más abrazar a mis abuelos paternos. Mi padre iba a visitar a su primo Pedro, el de la Luz, yo siempre le acompañaba. Vivía en una calle estrecha, un poco más abajo de la calle Oriente, la de mis abuelos. Torcíamos hacia la izquierda por la pared de la Casa de Cervantes y señalando a un único balcón viejo y soleado,me decía: -Mira, niña, la habitación donde vivió Cervantes, donde escribió el libro de Don Quijote. Muchas noches a la luz de una vela, y eso que sólo tenía un brazo.
Lejos de asustarme, sentía curiosidad al mirar aquel balcón olvidado.
La figura de mi abuela Vicenta, con la que todos en mi familia me comparan, dicen que les recuerdo mucho a ella, era mi recurso. Siempre me atendía, contestaba a mis preguntas con una dedicación. Me contaba algunas aventuras del Quijote. Cuando paseábamos por el pueblo, me mostraba la torre, la bodega del vino tinto de Cabila, la fuente grande desde la que se subía a casa de mis otros abuelos, los de mi madre, y las cuevas. Todos los vecinos la decían que niña más hermosa, igual que José. Se sentía orgullosa de mí y yo me sentía feliz junto a ella.
Mi primera lectura del Quijote fue en el colegio. Tenía siete años y leíamos por las tardes, en voz alta cuando te tocaba, un ejemplar para escolares, con pastas de cartón, pero pocas ilustraciones. Pasaban por mi mente, las imágenes del pueblo, lugares, colores, olores. En casa volvía a leerlo. El capítulo de los molinos de viento me lo aprendí de memoria. Me apetecía tener a Don Quijote y a Sancho como compañeros. Siempre hacían por entenderse, aunque fueran dos personas tan diferentes. Me molestaba la gente de las ventas, que se mofaban de dos personas tan buenas.
Qué tiempos aquellos compi.
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