martes, 21 de abril de 2009

Recuerdos sobre Don Quijote


Casa de Cervantes

El pueblo de mis padres es Esquivias, provincia de Toledo, muy próximo a Madrid, apenas a 40 Kilómetros. En los años cincuenta, compartía estación de tren con Yeles.

Desde La Ciudad de los Angeles en Villaverde, existía un apeadero, el de Barreiros. Nos montábamos en el tren. Recuerdo los bancos de madera. Al llegar a Yeles-Esquivias , esperábamos en la sala a que nos recogiera el autocar. Yo no entendía porqué mi madre me cambiaba los calcetines y me repasaba la cara con un pañuelo húmedo, la carbonilla se impregnaba en todas partes.

Nada más abrazar a mis abuelos paternos. Mi padre iba a visitar a su primo Pedro, el de la Luz, yo siempre le acompañaba. Vivía en una calle estrecha, un poco más abajo de la calle Oriente, la de mis abuelos. Torcíamos hacia la izquierda por la pared de la Casa de Cervantes y señalando a un único balcón viejo y soleado,me decía: -Mira, niña, la habitación donde vivió Cervantes, donde escribió el libro de Don Quijote. Muchas noches a la luz de una vela, y eso que sólo tenía un brazo.

Lejos de asustarme, sentía curiosidad al mirar aquel balcón olvidado.

La figura de mi abuela Vicenta, con la que todos en mi familia me comparan, dicen que les recuerdo mucho a ella, era mi recurso. Siempre me atendía, contestaba a mis preguntas con una dedicación. Me contaba algunas aventuras del Quijote. Cuando paseábamos por el pueblo, me mostraba la torre, la bodega del vino tinto de Cabila, la fuente grande desde la que se subía a casa de mis otros abuelos, los de mi madre, y las cuevas. Todos los vecinos la decían que niña más hermosa, igual que José. Se sentía orgullosa de mí y yo me sentía feliz junto a ella.

Mi primera lectura del Quijote fue en el colegio. Tenía siete años y leíamos por las tardes, en voz alta cuando te tocaba, un ejemplar para escolares, con pastas de cartón, pero pocas ilustraciones. Pasaban por mi mente, las imágenes del pueblo, lugares, colores, olores. En casa volvía a leerlo. El capítulo de los molinos de viento me lo aprendí de memoria. Me apetecía tener a Don Quijote y a Sancho como compañeros. Siempre hacían por entenderse, aunque fueran dos personas tan diferentes. Me molestaba la gente de las ventas, que se mofaban de dos personas tan buenas.



martes, 14 de abril de 2009

Julio Cortázar amigo de Gabriel García Marquez



Alguien me dijo en París que él (Julio Cortázar) escribía en el café Old Navy, del boulevard Saint Germain, y allí lo esperé varias semanas, hasta que lo vi entrar como una aparición. Era el hombre más alto que se podía imaginar, con una cara de niño perverso dentro de un interminable abrigo negro, y tenía los ojos muy separados, como los de un novillo y tan abiertos como los de los peces, que le hacían parecer sobrenatural.
Se sentó en una mesa del rincón y se puso a escribir durante más de una hora, sin una pausa para pensar, sin tomar nada más que medio vaso de agua mineral, hasta que empezó a anochecer en la calle. Guardó la pluma en el bolsillo y salió con el cuaderno debajo del brazo, como el escolar más alto y más flaco del mundo.