Al principio, les diriges verbalmente, recordándoles las partes de la cara, las piernas, un brazo y otro brazo. Pronto se animan y, aunque les pides que se dibujen a sí mismos, se convierten en papá o mamá, pues aún no se separan mentalmente de ellos.
Les encanta la suavidad del lapicero. En cuanto te descuidas colorean encima. Los adultos nos sentimos extraños viendo una cara sin rostro. En cambio, las pinturas de cera blandas, de colores claros no cubren del todo a "las personitas" y reconocemos mejor los rasgos.
El columpio de Renoir
El columpio es uno de los juegos preferidos por los niños y niñas. Pronto advierten que en el de Renoir la chica no se sienta, sino que se columpia de pié.
Reconocemos a la chica, al chico más bien le adivinamos. Llenan el espacio de colores, no copian el color del original, ni el número de dedos.
Presionan muy poco, parece que se les va a caer el lápiz o las pinturas, pero organizan la escena dentro de un cuadro. ¡Que curioso!
Colocan las figuras giradas en la misma dirección. Como si las diera un aire.
Me encantan los monigotes y los artistas que los crean.
Me encantan los monigotes y los artistas que los crean.